No
siempre el aroma del café inundaba Chacao y sus alrededores como hoy en día.
Desde 1728, cuando se estableció en Caracas la Compañía Guipuzcoana,
que detentaba el monopolio del comercio en la Capitanía General
de Venezuela, en el valle se cultivaba algo de trigo, que fue poco a poco
abandonado por las plagas, caña, algodón, tabaco, añil y cacao. Pero estos
productos no podían competir ventajosamente en el comercio exterior. Sería el
café el cultivo que permitiría, más adelante, el surgimiento de todo un estamento
social alrededor de nuestro principal producto de exportación antes del
petróleo.
Una
historia de amor
El arbusto de café es oriundo de Abisinia,
antiguo nombre de Etiopía. Se cree que en el siglo 18 unas plantas llegaron a
Francia, donde languidecían en los jardines reales. Una leyenda de amor
explicaría su llegada a tierras caribeñas. El rey de Francia encargó al
Caballero Desclieux que llevara algunas de las matas a la isla de Guadalupe. El
hombre embarcó en Nantes en 1720. En el barco viajaba Luisa, una bella muchacha
de 18 años, con su madre, viuda reciente, y un hermanito. Desclieux se enamoró
sin remedio de la joven y ésta a su vez le correspondió. Ambos se volcaron a
cuidar las pequeñas plantas, que vivían en una especie de invernadero improvisado
en la bodega. Luisa las sacaba a tomar sol, las regaba, las protegía del frío.
Una noche, el barco fue atacado por unos piratas tunecinos. Todos los pasajeros
tuvieron que luchar por sus vidas. Luisa corrió al invernadero a proteger las
plantas. Un pirata se le abalanzó pero el caballero fue más rápido y de un
hachazo lo paró en seco. Las plantas se salvaron y se multiplicaron en la
colonia francesa, estimuladas por el amor de Luisa y Desclieux.
De Guadalupe el café pasó a Cayena y enseguida
a Venezuela, donde fue introducido por misioneros castellanos hacia 1720-1730.
El primer terreno donde prosperó fue a orillas del Orinoco. El padre Gumilla,
sacerdote jesuita que exploró el río-padre, lo sembró en sus misiones. El
sacerdote italiano Gilli lo halló salvaje en tierra de los tamanacos, entre los
estados Guárico y Apure. A Brasil llegó hacia 1771, procedente de nuestro país.
Las
estancias de Chacao
A finales del siglo 18, algunos notables de
Caracas tenían fincas y haciendas en el pueblo de Chacao, al pie del Ávila,
zona notable por su fertilidad, en donde a la par de recrearse con la
naturaleza y organizar notables veladas musicales, cultivaban productos
necesarios para el sustento de la población.
La introducción y cultivo del árbol del café
en el valle de Caracas se remonta a los años 1783-84. En las estancias de
Chacao llamadas Blandín, San Felipe y La Floresta, que pertenecieron a don Bartolomé
Blandín y a los presbíteros Sojo y Mohedano, este último cura del pueblo de
Chacao, crecía el célebre arbusto más como planta exótica y ornamental que como
cultivo productivo. El Centro de Arte La Estancia queda como recuerdo excelentemente
conservado de esas famosas haciendas.
Hacia 1784 el padre Mohedano recogió y plantó
unos 6 mil arbolitos que murieron casi en su totalidad. Reunidos entonces los
tres agricultores mencionados formaron semilleros, según el método practicado
en las Antillas, y lograron 50 mil arbustos que rindieron copiosa cosecha.
Los cafetales crecían a la sombra de los
frondosos bucares. En dos ocasiones, estos perdieron sus hojas y aparecieron
sobre las peladas copas macetas de flores color escarlata que hacían aparecer
las arboledas como un mar de fuego. Una mañana, brotaron los capullos que en
las jóvenes ramas de los cafetales anunciaban la deseada flor. A poco, todos
los árboles aparecieron materialmente cubiertos de jazmines blancos que
embalsamaban el aire. Parecía que sobre los árboles hubiese caído una nevada.
La
primera taza de café
De antemano se había convenido que la primera
taza de café sería tomada a la sombra de las arboledas frutales de Blandín, en
día festivo con asistencia de aficionados a la música –los tres agricultores
eran excelentes intérpretes– y de familias y personajes de Caracas. Eso pasaba
a fines de 1786.
Cuando llegó el día convenido, desde muy
temprano la familia Blandín y sus parientes Echenique, Argain y Báez,
aguardaban a la selecta concurrencia, la cual fue llegando por grupos, unos en
cabalgadura, otros en carretas de bueyes, pues la calesa no había hecho para
aquel entonces surco en las calles de la capital ni en el camino de Chacao.
La fiesta empezó con un paseo por los
cafetales que estaban cargados de frutos rojos. Al regreso de la concurrencia
rompió la música y el baile y el entusiasmo se apoderó de la juventud. A las
doce del día comenzó el almuerzo y por ser tan numerosa la asistencia, la
familia Blandín debió pedir prestadas vajillas a sus relacionados.
Tras el almuerzo, una vez retirados platos y
cubiertos, la fragancia de la infusión recién hecha se expandió por todo el
recinto. El primer café fue servido en taza de fina porcelana al padre
Mohedano, quien lo probó con un gesto ritual, el cual fue correspondido con
aplausos por parte de la concurrencia.
Conmovido por la generosidad de la naturaleza,
que les regalaba tan fragante y sabroso obsequio, el padre Mohedano, quien era
un excelente orador, pronunció un improvisado discurso que terminó con una
promesa: destinaría el producto de las sucesivas cosechas a rematar el templo
de Chacao. “Morir después de haber levantado un templo y de haber sido útil a
mis semejantes será mi más dulce recompensa”, dijo.
El padre Mohedano murió en 1803, muy lejos de
Chacao, a orillas del Orinoco. Sojo falleció a finales del siglo 18 dejando un
importante legado musical y Blandín se incorporó al movimiento revolucionario a
partir del 19 de abril de 1810, fue suplente al Congreso Constituyente de 1811,
abandonó la patria para regresar con el triunfo de Bolívar en 1821 y en 1835 se
extinguió a la edad de noventa años, el único que quedaba de los tres
fundadores de cultivo del café en el Valle de Caracas.
Muchas tazas de café se han tomado desde
entonces en la capital y en el país pero seguramente ninguna tuvo el sabor del
que llevó a sus labios el padre Mohedano.
En 1899 dos tachirenses, cultivadores
arruinados de café, entraron a Caracas al mando de un improvisado ejército,
pomposamente denominado Revolución Liberal Restauradora. Fueron Cipriano Castro
y Juan Vicente Gómez, quienes inauguraron un tiempo de compadres. Pero esa es
otra historia. Una historia con aroma de café.
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