La relación entre la leche y
el café es innegable: son pareja de baile en muchos de los productos que se
elaboran en las cafeterías: café con leche, cortado, cappuccino, etc.
y la leche aporta gran parte de las características que hacen de la mezcla una
bebida muy aceptada.
Sobre el origen de la
mezcla, se explica una anécdota vienesa que dice que cuando las tropas del gran
visir turco Kara
Mustapha fueron expulsadas de Viena, en 1689, abandonaron un cargamento de
sacos de café. Un polaco llamado Kolschitsky,
que luchó en la batalla junto al rey Juan
III Sobieski, consiguió que este le cediera el cargamento. El polaco abrió
una posada en la capital austriaca y comenzó a vender el café en infusión, pero
los clientes se quejaban de su sabor amargo. Para rectificar esto, Kolschitsky
tuvo la idea de añadir un poco de crema de leche. Así nació el café vienés.
Poco tiempo después los italianos rediseñaron el producto con la incorporación
de leche emulsionada y espolvoreada con cacao y rebautizándola con el nombre de
cappuccino.
En definitiva,
diferentes maneras de elaborar la mezcla, diferentes proporciones, diferentes
acabados, todos ellos para conseguir suavizar el sabor amargo del café y
proporcionar cuerpo a la bebida.
La leche de vaca en
origen tiene diferentes matices de sabor en función de la alimentación de las
vacas, si están o no estabuladas, el sistema de ordeño, la higiene del proceso,
la rapidez del enfriado, etc. Otro aspecto que influye mucho en el sabor final
de la leche es el tratamiento posterior al que se somete y que determinará sus
cualidades organolépticas y su vida útil.
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